El famoso “motivo de consulta”. ¿Por qué consultaba? Tan simple y complejo a la vez. Respondió algunas preguntas de rutina: cómo era un día de su vida, que hacía y porqué consultaba. 

Recuerdo exactamente esa conversación. Me explicó con palabras sueltas, que estaba sobrepasada  y sólo atinó a decir: “quiero llorar y no puedo”. Ahí recordó que estaba tan alejada de sus emociones que no sabía cuándo fue la última vez que había llorado, ni que se sentía llorar, pero a la vez sabía que lo necesitaba. Quería llorar, realmente quería, pero no podía. Después de decirlo, rompió en llanto, y sólo se quedó en silencio (nunca un silencio tan acertado como ese).

Mencionó que se sentía sumamente cansada, que hacía bastante que no lograba dormir bien y que sentía la constante sensación de falta de aire. Le dí un test con un listado de síntomas, que  debía puntuar del 1 al 10 según cuanto le afectaban.  Ella sentía la mayoría de todo lo que decía ese listado eterno. Después de completarlo, la miré y le dije cómo se llamaba eso que sentía.

Lo primero que pensó fué: ¿Cómo no me di cuenta? Parecía tan obvio! Ella era psicóloga y pensó que tenía que saberlo! Pero no, cuando te pasa a vos literalmente NO TE DAS CUENTA, sino hasta que tocás fondo. Ese día le cayó la primer venda de los ojos y sintió realmente lo que era tener miedo. Sentía que todo estaba fuera de control: de SU control, y eso ya era demasiado.

Sólo ocho letras, que en ese momento no podía entender, pero que para ella significaban muchas cosas: que no sabía lo que le estaba pasando, que tenía miedo a enloquecer, que no tenía ni el control sobre su propio cuerpo y esas sensaciones, y que sólo quería despertarse un día y no sentir más eso, que ahora tenía nombre y se llamaba ANSIEDAD.

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